domingo, 2 de marzo de 2008

poemas de Gamoneda, club de lectura



Blues del cementerio

Conozco un pueblo –no lo olvidaré–
que tiene un cementerio demasiado grande.
Hay en mi tierra un pueblo sin ventura
porque el cementerio es demasiado grande.
Sólo hay cuarenta almas en el pueblo.
No sé para qué tanto cementerio.

Cierto año la gente empezó a irse
y en muchas casas no quedaba nadie.
El año que la gente empezó a irse
en muchas casas no quedaba nadie.
Se llevaban los hijos y las camas.
Tenían que matar los animales.

El cementerio ya no tiene puertas
y allí entran y salen las gallinas.
El cementerio ya no tiene puertas
y salen al camino las ortigas.
Parece que saliera el cementerio
a los huertos y a las calles vacías.

Conozco un pueblo. No lo olvidaré.
Ay, en mi tierra sin ventura,
no olvidaré a mi pueblo.

¡Qué mala cosa es haber hecho
un cementerio demasiado grande!




malos recuerdos
la verguenza es un sentimiento
revolucionario (karl Marx)

Llevo colgados de mi corazón
los ojos de una perra y, más abajo,
una carta de madre campesina.

Cuando yo tenía doce años,
algunos días, al anochecer,
llevábamos al sótano a una perra
sucia y pequeña.

Con un cable le dábamos y luego
con las astillas y los hierros. (Era
así. Era así.
Ella gemía,
se arrastraba pidiendo, se orinaba,
y nosotros la colgábamos para pegar mejor).

Aquella perra iba con nosotros
a las praderas y los cuestos. Era
veloz y nos amaba.

Cuando yo tenía quince años,
un día, no sé cómo, llegó a mí
un sobre con la carta del soldado.
Le escribía su madre. No recuerdo:
"¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.
No te puedo mandar ningún dinero…"

Y, en el sobre, doblados, cinco sellos
y papel de fumar para su hijo.
"Tu madre que te quiere."
No recuerdo
el nombre de la madre del soldado.

Aquella carta no llegó a su destino:
yo robé al soldado su papel de fumar
y rompí las palabras que decían
el nombre de su madre.

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra
no podría volver y despegar
el cable de aquel vientre ni enviar
la carta del soldado.



Invierno
La nieve cruje como pan caliente
y la luz es limpia como la mirada de algunos seres humanos,
y yo pienso en el pan y en las miradas
mientras camino sobre la nieve.

Hoy es domingo y me parece
que la mañana no está únicamente sobre la tierra
sino que ha entrado suavemente en mi vida.

Yo veo el río como acero oscuro
bajar entre la nieve.
Veo el espino: llamear el rojo,
agrio fruto de enero.
Y el robledal, sobre tierra quemada,
resistir en silencio.

Hoy, domingo, la tierra es semejante
a la belleza y la necesidad
de lo que yo más amo.
©Antonio Gamonada,
De: Blues Castellano


de descripcion de la mentira


Mi amistad está sobre ti cmo una madre sobre su pequeño
que sueña con cuchillos.

No te pondré otra venda que la que está roída alrededor de mi
cuerpo, no te pondré otro aceite que el que descansa dentro
de mis ojos.

Ciertamente es una historia horrible el silencio, pero hay una
salud que sucede a la desesperación.

Acuérdate de la paz en los comercios abandonados, acuérdate
de la dulzura en las habitaciones donde se corrompía el olvi-
do. Nadie tenía razón ni esperanza, ¿qué podíamos hacer?

Ahora pasan vencejos entre el nogal y su sonido tiembla so-
bre mí.

Tú, lejos, debes dormir entre alaridos, hijo mío, tú que acos-
tumbrabas a enloquecer a los maestros, y a las mujeres que
se deslizaban debajo de tus dedos.

Puedes venir a repartir los alimentos y las mentiras delante de
mi rostro. ¿Por qué quemas tu lengua en las bahías excava-
das en pómez, por qué te abres a las semillas que no perdo-
nan, a las linazas adventicias?

Puedes cantar en mis manos y te desdices encima de tu
belleza.

Harías mucho mejor acercándote.

El incrédulo habita en un miundo de plegarias. Hay resplandor
delante de sus ojos, los que estuvieron heridos por la indig-
nación.

Es más sencillo proceder de un país suntuoso, de una memoria
recamada de espejos —cada espejo con su vértigo, cada es-
pejo con su profundidad llena de frutos— pero, de todas
formas, desconfía de aquellas manos cuya blancura puede
ser besada.

Es más sencillo despertar de un tiempo cuya hermosura no
existió aunque se extendiera como un crepúsculo.

Acércate a quien se calienta con los excrementos de la justicia.
Hay más honor en no tener razón.

Ahora mi paz está en avergonzarme de la esperanza.




De Lapidas:
Vi una amistad sin ternura ni nombre: los de la
carne y los de la madera, los que vestian muros con
los colores de la ira, los que encendian el acetileno.

Al formarse las sombras, sobre los marmoles y so-
bre las tablas alorosas a lejia cesaban el vertigo de
los andamios, el aliento venenoso de la soldadura;
con grandes manos alcanzaban los vasos purpúreos
y el vino ardía en el rostro de los obreros.





TANGO DE LA MISERICORDIA

Es la ultima lana de mi vida

hay azúcar, amor, hay vigilantes

en las arrugas de mi corazón

y aun eres pobre dulcemente en mi.



DEL LIBRO DEL FRIO



AME TODAS LAS PERDIDAS.

Aun retumba el ruiseñor en el jardín invisible




de arden las perdidas:



Arden las perdidas. Ya ardían

en la cabeza de mi madre. Antes

ardió la verdad y ardió

también mi pensamiento. Ahora

mi pasión es la indiferencia.

Escucho

en la madera dientes invisibles.







El vigilante de la nieve (VI)

Era incesante en la pasión vacía. Los perros
olfateaban su pureza y sus manos heridas
por los ácidos. En el amanecer, oculto entre
las sebes blancas, agnizaba ante las carre-
teras, veía entrar las sombras en la nieve,
hervir la niebla en la ciudad profunda.





Poema dedicado a Leon, su ciudad adoptiva.


Si como un árbol vivo se incorpora
la música en tu espacio
y, al fin, precipitada transparencia
entre ciudades, llanos,
ríos lentos, caminos,
y, más aún, despacio llega,
y anida como un pájaro armonioso
corazones humanos;
si, obedeciendo al sobresalto puro,
se estremecen los campos
y el territorio mineral anuncia
la elevación de sus profundas alas;
si alcanzo
a decir la belleza de tu rostro;
si alzo
estos ojos de hombre para verte,
tierra de León, amiga y madre mía,
hallo
tus claros chopos y tu cielo libre.

De esta mirada, surge mi canto.







Poema al che.


En Bolivia y en ti y no en la muerte

pensamos, capitán. Hubo silencio

una noche no más. Hirvió el acero

otra vez hasta el fin. Y vino el día.

Y todo el mundo se llamaba Ernesto.

ANTONIO GAMONEDA



al tren de via estrecha, LEON MATALLANA


(Esta es la versión, o reescritura, de 2003:)

A las ocho del día en febrero
aún es de noche.
No hay aún luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.
No nos vemos: sentimos
la compañía y el silencio.

En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
Tiemblan las sombras. Todo vuelve
a un antiguo sentido.

Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.

Éste es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes. Aquí
hay algo desconocido.
Si supiésemos qué, algunos de nosotros
sentiríamos vergüenza, y otros esperanza.

Se está haciendo de día. Ya
veo los montes dentro de la sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja, sepultada en escarcha,
y el río, azul y silencioso
como un brazo de acero entre la nieve.
Cruzan los pueblos de sonido humilde:
Pardavé, Pedrún, Matueca…

Cuando bajo del tren, siento frío.
He dejado mi casa. Ahora estoy
solo. ¿Qué hago aquí?, ¿quién me espera en
este lugar excavado en el silencio?

No lo sé; con el tren se aleja
algo que es cierto aunque no puede ser pensado;
es algo mío y no me pertenece.
Está dentro y fuera de mi corazón.






del libro del frio

11. He envejecido dentro de tus ojos; eras la dulzura y el exterminio y yo amé tu cuerpo en sus frutos nocturnos.

Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro,
pero tú pesas en mi corazón y, como una miel oscura, yo te siento en mis labios al ir hacia la muerte.
----
12. Eres como la flor de los agonizantes
que es invisible mas su aroma entra
en la sombra nasal y es la delicia,
todo en la vida, durante algún tiempo.
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13. En la humedad me amas
y eres azul en tus pezones. hablas
suavemente en mis labios y regresas
a tu prisión en la melancolía.
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14. Tu cabello encanece entre mis manos y, como aguas silenciosas,nos abandonan los recuerdos. siento la frialdad de la existencia pero tu olor se extiende en las habitaciones y tu lascivia vive enmi corazón y entra mi pensamiento en tus heridas.
----
15. Existe el mar en las ciudades blancas,
coágulos en el aire dulcemente sangriento,
sábanas en la serenidad.
Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas
y el corazón está cansado.
Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo,
como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas.



UNA PASIÓN FRÍA

Una pasión fría endurece mis lágrimas.

Pesan las piedras en mis ojos: alguien

me destruye o me ama.

(De Arden las Pérdidas, 2003)




DE ARDEN LAS PÉRDIDAS (1993-2003 Y 2004)

BAJO la actividad de las hormigas

había párpados y había

agua mortal en las cunetas.


Aún en mi corazón

hay hormigas.




He atravesado las creencias. Durante mucho tiempo
nevó sin esperanza.
Había madres que enloquecían al amanecer: oigo sus gritos amarillos.
Aún nieva. Creo en la desaparición.
Creo en la ira.

(De Arden las pérdidas)




Aún, del
libro del frío



" Recuerdo el frío del amanecer, los círculos de los insectos sobre las

tazas inmóviles, la posibilidad de un abismo lleno de luz bajo las

ventanas abiertas para la ventilación de la enfermedad, el olor triste

de la sosa cáustica.

Pájaros. Atraviesan lluvias y países en el error de los imanes y los

vientos, pájaros que volaban entre la ira y la luz.

Vuelven incomprensibles bajo leyes de vértigo y olvido.

No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo

una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo

dolor no me concierne.

Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.

Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.

Eres sabio y cobarde, estás herido en las mujeres húmedas, tu

pensamiento es sólo recuerdo de la ira.

Ves la rosas temibles.

Ah caminante, ah confusión de párpados.

Hay una hierba cuyo nombre no se sabe; así ha sido mi vida.

Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ropas

húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad.

Ah la pureza de los cuchillos abandonados.





Amé todas las pérdidas.


Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible. "



Existe el mar en las ciudades blancas,
coágulos en el aire dulcemente sangriento,
sábanas en la serenidad.
Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas
y el corazón está cansado.
Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo,
como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas.




HAY una astilla de luz en la apariencia de la eternidad, hemos lamido, casi amándolas, membranas invisibles, no hay más que invierno en las ramas inmóviles y todos los signos están vacíos.

Estamos solos entre dos negaciones como huesos abandonados a los perros que nunca llegarán.

Va a entrar el día en la habitación calcinada. Ha sido inútil la sutura negra.

Queda un placer: ardemos

en palabras incomprensibles.

Arden las pérdidas




HE TIRADO al abismo el hueso de la misericordia; no es necesario cuando el dolor es parte de la serenidad, pero la lúcidez trabaja en mí como un alcohol enloquecido.

Sé que las uñas crecen en la muerte. No

baja nadie al corazón. Nos despojamos de nosotros mismos al expulsar la falsedad, nos desollamos y

no viene nadie. No

hay sombras ni agonía. Bien:

no haya más que luz. Así es

la última ebriedad: partes iguales

de vértigo y olvido.

Arden las pérdidas,